La clase media está desapareciendo, está menguando a un ritmo alarmante. Es un hecho que preocupa universalmente a entidades poco sospechosas de ser revolucionarias, como por ejemplo el Foro Económico Mundial (WEF) que se reúne en Davos a comienzos de cada año. Ya lo dijo en 2014 y en sus documentos preparatorios para la próxima cita se alerta que el problema se agrava, señalándose la creciente desigualdad como uno de los principales riesgos globales en 2015.
“Cuando la economía y el empleo crezcan, es posible que la desigualdad y la pobreza se queden endémicas” ha dicho recientemente Antón Costas, presidente de Cercle d’Economía, prestigiosa asociación de empresarios, habitualmente muy bien informada.
Una clase media amplia, educada y consciente, es la base de la democracia. Una masa dividida, atemorizada y desinformada está en riesgo de caer en manipulaciones y de dejarse llevar por engaños y populismos, de signos diversos, pero siempre perversos.
La digitalización debería contribuir positivamente a tener una mejor información y una mayor consciencia. Pero, para mi sorpresa, la “maldad” de algunos y la pereza de muchos están produciendo los efectos contrarios.
Me dispongo pues a aportar mi granito de arena en este acto de transitar por el acelerado mundo digital que a todos nos supera.
Mucha información igual a desinformación
Los ingenieros estamos acostumbrados a conceptos como el “ruido”, las “interferencias” y la “saturación”. Hablamos también de “sintonizar” la fuente adecuada de la señal y de filtrar las señales perturbadoras.
Con la extensión masiva del correo electrónico primero, el acceso al mismo desde el móvil, la mensajería instantánea continua (Whatsapp y similares) y las redes sociales que nos incitan continuamente a participar, observo que muchas personas tienen la sensación de que dominan todas las fuentes de información y de que las suyas son las “veraces” y confiables.
Esa loca carrera de convertir en “virales” algunos mensajes (informaciones que se propagan rápidamente), y las pocas ganas y consciencia para contrastar de muchos, convierten a personas teóricamente formadas en corderillos en fila hacia la “papilla informativa” primero, y al “matadero intelectual” después.
Nuestro trabajo lo hará un robot
Se ha publicado hace unos meses un serio estudio de la Universidad de Oxford predice que entre 10-20 años la mitad de los trabajos actuales los harán mejor robots o computadores dotados de inteligencia artificial.
La clase media nacida en los 50, 60 y 70 en el mundo desarrollado somos conscientes que nuestros hijos van a tener una vida más complicada que la nuestra. Es una sensación vivida por muchos como un drama.
Los niños y jóvenes actuales tienen que prepararse para un mundo de complejidad poliédrica infinita.
Pero la demografía de los países emergentes es aplastante. Y sus clases medias tienen derecho a una mejora de condiciones de vida: sus jóvenes sí que vivirán mejor que sus padres.
Las sociedades “maduras” como la europea, tenemos que saber bien cuales son nuestras cartas. Y eso requiere un conocimiento inteligente de las reglas del juego y una esforzada y creativa inversión en nuestras fortalezas.
Los robots podrían eliminar la humanidad
Ríase usted de ficciones como las de las películas sobre “El planeta de los simios” o las que tratan de robots asesinos en las series de “Terminator”, “Cyborg” o “Némesis”.
Nos acercamos a un momento en el que la inteligencia artificial de los robots superará a la del conjunto de la humanidad. Esa fecha, conocida como la “singularidad tecnológica”, muchos expertos la sitúan en el año 2045 y otros la adelantan al 2030 o incluso al 2025.
Gente muy seria está analizando de cerca las evoluciones de la inteligencia artificial y temen que en algún momento los robots lleguen a la conclusión de que los humanos somos algo molesto y nos eliminen como si de un virus se tratase.
Pero no quiero ser alarmista (asusta todo esto un poco ¿verdad?)
Razones para el optimismo
Querido lector, estamos en fechas navideñas, en tiempos de revisión de lo hecho y de buenos propósitos para el año que viene.
No quisiera que con estas reflexiones quedara en usted un mensaje alarmista o una sensación pesimista.
La humanidad, el “homo sapiens”, ha alcanzado niveles de progreso, de igualdad y de felicidad difícilmente imaginables por cualquier otra especie o por nuestros antepasados hace pocos cientos de años.
Los humanos tenemos unos valores y unas virtudes que ninguna máquina podrá nunca replicar. Somos nosotros quienes diseñamos y construimos las máquinas y tenemos que seguir logrando que éstas sean una extensión más de nuestras facultades.
No tenemos garras, nuestros colmillos son pequeños, nuestra vista limitada, nuestro olfato es muy simple. Pero tenemos un sistema nervioso distribuido por todo el cuerpo, con un cerebro prodigioso, capaz de idear abstracciones y de integrar emociones.
Las máquinas, los robots, los computadores, las redes de telecomunicación, los sensores, no son más que unos “órganos” reforzados que nuestro cerebro va creando.
Muchas quejas se escuchan sobre la rigidez que su uso nos genera, de las dificultades para dominarlos, de tener que adaptar nuestro trabajo a unas máquinas. Aprendamos a usarlos, a dominarlos y a adaptarlos a nuestras necesidades.
Estos son mis deseos para 2015, para usted, paciente lector, y para todos sus seres queridos. Que así sea.
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Artículo publicado en Las Provincias el domingo 14 diciembre 2014